Desafiando estereotipos. Las niñas a la cancha.

Por Eugenia D’Angelo

Introducción:

El derecho al deporte, juego y recreación constituyen un estímulo para el desarrollo afectivo, físico, intelectual y social de la niñez y la adolescencia, además de ser factores de equilibrio y autorrealización; por ello la Convención sobre los Derechos del Niño y la Niña, en su artículo 31 especifica que “[l]os Estados partes de esta convención deben respetar y promover el derecho del niño a participar plenamente en la vida cultural y artística, propiciando oportunidades apropiadas en condiciones de igualdad”.

Si bien es cierto que se ha avanzado mucho en el reconocimiento de los derechos humanos de las mujeres, y que esto se ve plasmado cada vez con mayor frecuencia en los programas y acciones de los gobiernos latinoamericanos, el ámbito del deporte sigue siendo discriminatorio.

La inequidad y desigualdad de género son conceptos multidimensionales, al estar integrados por factores políticos, jurídicos, económicos, educativos y de orden familiar, resultantes del juego de variables socio-culturales. Para Dossal Ulloa, el problema radica en los papeles sociales asignados según el género que desplazan a las mujeres, segregándolas a posiciones subordinadas. En el caso del deporte lo dicho se ve de manera flagrante: La tradicional división de tareas, prejuicios y tradiciones se conjugan para acotar y circunscribir la participación de las mujeres en las prácticas y competencias, reflejándose, así, como espejo en la práctica deportiva, los problemas estructurales que afectan a toda la sociedad (Dossal Ulloa et al. 2017).

En el Día Internacional de la Niña, deseamos recordar, que tanto el deporte como el juego, son herramientas válidas que permiten desarrollar y afianzar el liderazgo, abordando, además, problemáticas sociales con perspectiva de género. 

Fuente: www.latfem.org

El rol del deporte como herramienta potenciadora de habilidades:

Fomentar el deporte en las mujeres desde edad temprana es un ingrediente vital en la construcción de sociedades más justas y equitativas, que pongan fin a las brechas de género, de una vez por todas. Tal como ha sido señalado, en esta lucha, en esta construcción, su gran potencial educativo es indiscutible. La práctica regular del deporte, forja valores que sirven a las personas más allá de ese ámbito.

Sin embargo, el deporte, tal como es concebido en la actualidad, es vehículo de un conjunto de ideas, representaciones, hábitos y prácticas que reproducen -no siempre en forma consciente- desigualdades, discriminación y violencias. El origen de esto, es que el deporte nace como una práctica doblemente excluyente: por un lado, por su pretensión de exclusividad social, que relegaba a quienes no formaran parte de una elite social. Por otro lado, porque dentro de ese reducido grupo su práctica fue entendida como un reducto exclusivo de los hombres. Por eso, como creación cultural del ser humano, y la cultura deportiva, como forma de adquirir hábitos, emociones y conductas relativos al hecho deportivo, debe ser desromantizado logrando una mirada crítica a la realidad, que nos permita actuar de manera efectiva sobre aquellas condiciones estructurales que siguen poniendo en tensión las desigualdades de género.

Estas características del deporte, impactan aun hoy, en la realidad de las niñas, adolescentes y jóvenes de todo el mundo. Según los datos de la Fundación Mujeres y Deporte (WSSF, 2010), las niñas menores son menos propensas a realizar deporte que los niños de su misma edad. En la actualidad, solo una cuarta parte de ellas emplean 60 minutos a realizar actividad física por día, reduciéndose esa proporción a partir de los 10 años. Esta baja participación de las mujeres continua en la adultez, ya que solo el 12,7% de mujeres practican deporte por lo menos una vez por semana (Dossal Ulloa et al. 2017).

Frente a estas cifras, cabe preguntarnos si la salida que debemos buscar es incentivar las prácticas de mujeres en las mismas diciplinas que los hombres, como parece ser la tendencia, por ejemplo, de los Juegos Olímpicos. Pienso que esta es una respuesta interesante, pero que no incide en los problemas de fondo que existen en el deporte, como sí tal vez lo haría la construcción de espacios deportivos igualitarios. Si hombres o mujeres ven limitadas sus alternativas para poder acceder a la práctica de uno u otro deporte en virtud de estereotipos de género desde la niñez, se les margina, imposibilitándoles la incorporación no sólo a actividades deportivas sino a diversas actividades sociales. Ese es nuestro rol como sociedad: la lucha individual y colectiva contra los estereotipos que dificultan y retrasan el desarrollo y las posibilidades de las personas de elegir en libertad. Tal como se señala desde PNUD “El trabajo al servicio del desarrollo humano va mucho más allá del empleo, pero el desarrollo humano también consiste en aumentar los rangos de elección de las personas y garantizar que tengan acceso a más oportunidades” (PNUD, 2015).

El deporte sexista separa a hombres y mujeres, a niños y niñas. Por el contrario, en el deporte abierto e igualitario se busca crear un orden en el que ni el género importe, ni sea la condición dominante. Un deporte no estereotipado, que no desarrolle valores asignados al género ni perpetúe la desigualdad. Sería deseable que, la evolución natural de las luchas esgrimidas desde los feminismos y colectivos LGBTIQ+ nos lleven a un deporte en el que cualquier persona, de cualquier condición u orientación sexual, sea capaz de desarrollas sus cualidades personales sin someterse a roles predeterminados.

¡Cuánto más confianza en sí mismas tendrían nuestras niñas, niños y niñes si cada quien pudiera realizar la práctica deportiva que deseara, teniendo solo en consideración su rendimiento! Si queremos una sociedad en el futuro que sea plenamente igualitaria, debemos encaminar nuestras luchas buscando impedir que en el deporte se clasifique a las personas por razón de su sexo, su identidad u orientación sexual, sino por sus cualidades, su capacidad o por su rendimiento frente a otros, en igualdad de condiciones. Esto ya existe en la actualidad en algunas modalidades deportivas no competitivas, que eliminan la posibilidad de producir desigualdades por razón de género. Ejemplos como los del Aikido o el Tai-chi (modalidades oficiales en algunos países, como es el caso de España), o actividades deportivas no reconocidas oficialmente como yoga, pilates, aquagym, paddel surf…, entre otras, representan un modelo igualitario en el deporte. Debemos expandir estas concepciones a otras prácticas deportivas, haciendo que la igualdad sea la regla, no la excepción.

La clave, la educación no sexista

Difícilmente encontraremos atractivos los deportes igualitarios si continuamos educando a los niños y las niñas con estereotipos de género. Sin embargo, tanto niñas como niños estiman que las diferencias respecto de su relación con el deporte son responsabilidad de los estereotipos sociales y culturales, pues ninguna/o de ellas/os ven diferencias, manifestándose igualmente capaces en el deporte.

ONU Mujeres y Dove, junto a GFK Adimark, realizaron un estudio para conocer la relación entre la autoestima y el deporte en niños, niñas y adolescentes entre 10 y 17 años en Chile en 2018, según la Fundación Futbol Más. Los resultados son sorprendentes: El 63% de los niños y niñas cree que no deberían ser tratados de manera diferente a la hora de practicar cualquier deporte. 

La encuesta revela que las niñas piensan que no es un espacio para ellas, principalmente por la falta de redes de apoyo y espacios que potencien sus capacidades deportivas (por ejemplo, clubes y ligas). Esto explica, en parte, la diferencia en la práctica de algún deporte entre niños y niñas de entre 10 y 17 años. Mientras el 26% de las niñas no practica deportes, sólo el 7% de los niños no lo hace. La cifra aumenta para las niñas entre 15 y 17 años, donde crece hasta un 35%.

Estos resultados evidencian el rol trascendental en la construcción de los estereotipos de género en el deporte, enseñados y reforzados, por los medios de comunicación, espacios educativos y otros lugares de formación, influyendo en la práctica deportiva de niños y niñas.  Uno de los datos relevantes que arroja la encuesta es que las niñas no cuentan con referentes deportistas mujeres: 7 de cada 10 niñas no tiene un referente deportivo, mientras que, por el contrario, 7 de cada 10 niños sí lo tiene. Lo anterior se complementa con el hecho de que al preguntar “Cuál es tu referente deportivo”, el 87% de las respuestas correspondieron a deportistas hombres, de los cuales 62% son futbolistas. 

Fuente: www.periodicas.com.ar

Conclusión: Igualdad 1 – estereotipos de género 0:

Como acelerador del desarrollo del liderazgo, el deporte brinda a las niñas y adolescentes, la oportunidad de forjar su autoestima y confianza. El efecto dominó de la experiencia deportiva continúa fuera del campo de juego: las niñas toman la iniciativa, alzan la voz y tienen el coraje de correr riesgos en los diferentes ámbitos en los que se desempeñan. Son capaces de exigir el respeto por sus derechos dentro y fuera de la cancha y de forjar una relación sana con su cuerpo, tomando conciencia de su valor; además, a través de esta práctica cambia su rol en la comunidad y crean redes de apoyo y contención. De este modo, desarrollan una práctica que les servirá para el resto de su vida: Cuando caen, vuelven a levantarse.

Fomentar el deporte como herramienta para alcanzar la equidad e igualdad de género implica por un lado la adopción de medidas macrosociales, pero también, la adopción necesaria de numerosas acciones microsociales, frecuentemente independientes. Entre estas últimas, podemos señalar por ejemplo la elaboración de planes y programas integrales que tengan en cuenta el deporte como forma de reducir desigualdades, violencias y empoderar a las niñas y mujeres, entre otras. Sin embargo, si realmente buscamos generar un deporte igualitario, no alcanzará con incluir a las niñas y/o mujeres: Es fundamental concebirlas de manera integral, visibilizando sus necesidades, respetando sus formas y cuestionando los estereotipos de género que recaen sobre ellas.

No olvidemos que, a través del deporte y el juego, las niñas aprenden a desafiar las normas socioculturales y los estereotipos de género a nivel comunitario y en la sociedad en general. Cuando las niñas y adolescentes juegan, trascienden los límites de género establecidos en las comunidades, construyendo los cimientos que les permiten hacer lo mismo en otras áreas de la vida, como la educación y el trabajo. De cada unx de nosotrxs depende colaborar para que las niñas/os/es puedan gozar en plenitud de los mismos derechos, impactando, en definitiva, en cambios radicales en la cultura y generando sociedades más empáticas, inclusivas y participativas.

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