Por: Julieta Bertolini, Coordinadora del proyecto Atlas de Guardianas de Abya Yala
Las mujeres rurales e indígenas sostienen la vida, defienden la tierra y recuperan el valor de lo ancestral y originario. Sin embargo, estos roles fundamentales que cumplen quedan normalmente invisibilizados ante los ojos del Estado y la sociedad blanca y urbana (muchas veces, incluso, también dentro de sus propias comunidades). Es que estas mujeres no sólo son atravesadas por las desigualdades de género, sino también por la discriminación-diferenciación hacia las identidades originarias y por las dificultades de la vida en la ruralidad. Por esta razón, es poco lo que sabemos sobre ellas, sus vivencias y sus resistencias.
Visibilizar las voces, las luchas y el trabajo de las mujeres rurales e indígenas en nuestro país
En vistas de aportar datos e historias que atiendan esta necesidad, MundoSur – organización franco-argentina que impulsa iniciativas con enfoque en derechos humanos y perspectiva de género interseccional – publicó el último informe del proyecto “Atlas Guardianas de Abya Yala, Capítulo Argentina”. El objetivo del informe es visibilizar las voces, las luchas y el trabajo de las mujeres rurales e indígenas en nuestro país. Para esto, se realizó trabajo territorial en cuatro localidades: Cushamen, Chubut; Santa María, Catamarca; Villaguay, Entre Ríos; y el área periurbana de la Ciudad de Santa Fe. A continuación, los principales hallazgos de esta investigación.
Un punto de partida: la historia colonial y la concepción de lo “nacional”
Un punto inicial para comprender las vivencias y resistencias que emprenden estas mujeres es la historia colonial, patriarcal y extractiva que atraviesan los territorios que habitan. Desde la llegada de los primeros colonizadores a estas tierras, se han experimentado formas de despojo, saqueo y genocidio que constantemente se reactualizan y modernizan en formas más sutiles que se fueron naturalizando. Así, se ha generado un proceso constante y casi imperceptible de invisibilización.
De esta manera, a lo largo y lo ancho del territorio se configuran múltiples sistemas de discriminación-diferenciación, jerarquización y dominación-subordinación, a partir de la imposición de una única concepción de lo “nacional”. Es importante recordar que uno de los objetivos de la modernidad poscolonial con los que fueron diagramados los Estados-Nación latinoamericanos hacia fines del siglo XIX y principios del siglo XX, es cierta idea de homogeneidad en su población. Por ello el empeño en identificarlos como mono-nacionales y de impulsar el relato de que lxs argentinxs somos blancos y “provenimos de lxs barcos” (haciendo referencia a las grandes olas de inmigración europea, provenientes principalmente de Italia y España, que se dieron entre 1880 y 1950). De allí deriva que, si bien se estima que el 60% de lxs argentinxs tienen raíces indígenas, sólo el 2% se identifica como tal. Algo similar ocurre con las identidades afro, las cuales han sido prácticamente borradas de la historia nacional, creando la idea de que “no hay afrodescendientes en Argentina”, aunque existen alrededor de dos millones de argentinxs que así se identifican.
Reivindicación, lucha y resistencia de las mujeres rurales y originarias
Sin embargo, esta idea de la Argentina blanca y homogénea pierde fuerza hoy con la presencia de sujetxs que reivindican otras pertenencias identitarias. En este escenario, no sorprende que gran parte de las mujeres que participaron de este proyecto se reconozca como indígena, mestiza, descendiente indígena, afrodescendiente o migrante, y que desde esas identidades disidentes con el imaginario del ser mononacional argentino, disputen sentido sobre quiénes son y cuáles son sus derechos por habitar el territorio en base a las lógicas que las comunidades pueden darse y, de hecho, se dan a sí mismxs.
Estas experiencias de lucha y resistencia se articulan en teorías encarnadas y situadas, en formas de ver, comprender y habitar el mundo. Las mujeres, a la par de sus largas jornadas laborales (rentadas y de tareas de cuidado no pagas, dobles o triples), están reflexionando e impulsando diversos frentes de lucha a partir de autoreconocerse como mujeres (cis y trans) que habitan los territorios de manera sexuada, marcadas por su pertenencia a comunidades y su autoafirmación como sujetas no blancas; es decir, como sujetas indígenas, migrantes, mestizas, afrodescendientes y, además, como sujetas de derecho.
En relación a este último punto, una constante a la que aluden las mujeres es “el olvido por parte del Estado”. Este olvido se expresa de diversas maneras: el poco o nulo acceso a niveles educativos básicos del sistema formal en los territorios alejados de las capitales provinciales; la escasez de agua potable; la ausencia de atención médica y de políticas tendientes a atender los derechos sexuales, reproductivos y no reproductivos de las mujeres, así como a las víctimas/sobrevivientes de la violencia de género.
A estos olvidos se suman las amenazas y afectaciones que sufre la tierra donde habitan y trabajan. En el caso de Cushamen, las mujeres mapuches son atravesadas por la tenencia de tierras a manos de extranjeros latifundistas (de un 23% de extensión). En Santa María, una de las principales preocupaciones de las mujeres es la contaminación del agua y el avance de la megaminería a cielo abierto, actividades que afectan las posibilidades de supervivencia de economías regionales que no pueden sostenerse por la escasez de agua y el polvillo que afecta los cultivos criollos de la zona. En ambas localidades, los reclamos han tenido como respuesta la represión estatal y el desalojo.
Por su parte, en Monte Vera y Desvío Arijón (Santa Fe), la preocupación de las mujeres viene de la mano de políticas locales favorables a la presión inmobiliaria, que apuntan a generar lotes privados en los terrenos donde ellas producen y viven, lo que implica enfrentarse a situaciones de desalojo y desplazamiento. Esto provoca distorsiones no sólo en sus producciones, sino también en su dinámica de vida fuera de lo laboral. La situación se agrava al tener que enfrentar a grandes productores que emplean agrotóxicos sin respetar las normativas de bioseguridad. Las mujeres productoras participantes se han comprometido con una forma de agricultura agroecológica que rechaza el uso de químicos nocivos para la salud, aunque muchas veces las fumigaciones alcanzan también sus tierras, echando a perder su enorme esfuerzo por preservar lo natural.
En relación con este último punto, las mujeres rurales y periurbanas están practicando formas de producir distintas. Debaten sobre la politicidad de los alimentos, la salud y la producción. Se basan en lógicas disruptivas, alternativas a las instauradas, lo que permite y requiere el encuentro y la discusión por cómo producir, buscando alternativas a las prácticas que se están siguiendo o que demandan los grandes productores. A su vez, la producción artesanal también conlleva formas alternativas de encuentro y de prácticas entre las mujeres con respecto a la lógica de producción convencional.
Es importante destacar que estas mujeres cuidan, defienden y trabajan una tierra que la gran mayoría de las veces, no es de ellas. Han estado históricamente relegadas de la propiedad formal e informal de bienes, excepto de manera compartida con sus parejas, lo que las destina a la precariedad habitacional: en cualquier momento pueden perder la tierra en la que habitan y producen.
Es importante escuchar tanto lo que dicen como lo que callan: la mitad de las mujeres que participaron de este proyecto se negaron a responder preguntas sobre violencias basadas en género. Esta realidad recuerda que existen silencios cómplices que, por empezar, sostienen indefinidamente situaciones ancestrales de maltrato y abuso.
En la voz de las mujeres surgió el deseo de “ser tenidas en cuenta”. Ese es el reclamo común en las localidades. Se trata de un llamado a virar la mirada hacia estos territorios, visibilizando y amplificando las historias y las demandas de las mujeres que los habitan. Un llamado a fortalecer su participación política y atender sus necesidades y deseos. Un llamado a conocerlas, a sacarlas de ese lugar de olvido al que han quedado relegadas, mientras son ellas las que salvan nuestra tierra.
NOTA:
Esta artículo fue publicado en el blog de AbroHilo.org