La construcción social del término feminicidio

Por Stéphanie Barros
Versión en Español y en Francés

Introducción

Cuando una mujer es asesinada, sobre todo en América Latina, las excusas surgen rápidamente: “era una prostituta”, “es el acto de un loco” o “es la consecuencia del narcotráfico”. Desafortunadamente, este tipo de explicación conduce a la invisibilización de un fenómeno a gran escala. De hecho, al analizar los homicidios, no se toma en cuenta el sexo de la víctima como característica principal si no simplemente como una clasificación de la víctima en hombre o mujer. Sin embargo, ante las alarmantes cifras de asesinatos de mujeres, algunos y algunas intelectuales se han interesado en el tema y han propuesto términos como feminicidio para visibilizar este fenómeno y llamar la atención de los gobiernos.

Aunque el primer uso documentado del término “femicidio”, en ocasiones complementado por la sílaba “ni” como veremos en nuestra reflexión, fue publicado en el libro de John Corry de 1801 para hacer referencia al asesinato de una mujer, recién en 1976 el término fue introducido públicamente por la socióloga estadounidense Diana Russell. Fue dentro del Tribunal Internacional de Delitos contra la Mujer que la socióloga utilizó esta palabra convirtiéndola así en la definición de  “el asesinato de mujeres por hombres motivados por el odio, el desprecio, el placer o un sentido de propiedad de mujer.” como ella explicó ese día. Fue en 1992 que desarrolló este concepto con la criminóloga Jill Radford en su libro Femicide: Politics of Woman Killing. Usando la palabra femicide, Diana Russell busca llamar la atención sobre la violencia y la discriminación contra las mujeres. Por lo tanto, se convirtió en pionera de este concepto que inspiraría a varios/as intelectuales, entre ellos Marcela Lagarde, antropóloga mexicana que fue miembro del gobierno mexicano entre 2003 y 2006, y quien desarrollaría el concepto de feminicidio con el fin de resaltar las relaciones de poder de sexo que se pueden leer en los asesinatos de mujeres y que hasta ahora estaban ocultos. Si bien el término feminicidio se ha ido consolidando a lo largo de los años, cabe señalar que el marco teórico de Diana Russell también alimentó el concepto de femicidio desarrollado por Montserrat Sagot.

Como subraya Marylène Lapalus, el uso de estas dos palabras presenta dos objetivos comunes que son “la voluntad de resaltar un contexto de enunciación de la violencia contra las mujeres radicalmente diferente al del discurso dominante” y porque “la definición y la promoción de nuevas categorías sigue siendo el interés fundamental en la visibilidad de esta violencia y, así, en la lucha por su erradicación ”.

El femicide según Diana Russell

Para comprender la conceptualización del término feminicidio por parte de Marcela Lagarde, debemos volver al modelo de femicide desarrollado por Diana Russell, complementado por el pensamiento de Jill Radford y Jane Caputi, quien se centra en la especificidad de la violencia contra las mujeres. El término femicide fue concebido con el objetivo de calificar los asesinatos de mujeres que no son simplemente homicidios de mujeres sino delitos que se enmarcan en el marco de la dominación masculina. En este sentido, el femicide se define por esta violencia ejercida principalmente por hombres sobre las mujeres en una voluntad de control.

Para definir este concepto de femicide, Diana Russel y Jill Radford retoman muchos conceptos de la reflexión feminista sobre la violencia masculina como el concepto de delito sexual, el reconocimiento de la violencia en el espacio público y privado o también la idea de un continuo de violencia y el papel que juegan las instituciones. Con respecto a este concepto de delito sexual, Diana Russel y Jill Radford Russell utilizan la analogía formulada por Jane Caputi entre sexo y violencia destinada a revelar el carácter político de un delito sexual. Además, la perspectiva espacial es parte clave de la definición de femicide porque, como recuerdan Diana Russell y Jill Radford, debe ser denunciado en el ámbito público y privado, siendo el hogar uno de los lugares más peligrosos para las mujeres. Por otro lado, los intelectuales estadounidenses ven el femicide como el final de un continuo de violencia (alimentado por la violencia como un instrumento de control, pero también por las amenazas, el miedo y la intimidación). Diana Russell y Jill Radford lo definen de esta manera :

El feminicidio se encuentra en el límite extremo de un continuo de terror anti-femenino que incluye una amplia variedad de abusos verbales y físicos como violación, tortura, esclavitud sexual (especialmente en la prostitución), abusos sexuales incestuosos y extrafamiliares con menores, y ataques emocionales, acoso sexual (por teléfono, en la calle, en el trabajo y en las aulas), mutilación genital (clitoridectomías, escisión, infibulación), operaciones de ginecología innecesarias (histerectomía libre), heterosexualidad forzada, esterilización forzada, maternidad forzada (por criminalización anticoncepción y aborto), psicocirugía, privación de alimentos para las mujeres en algunas culturas, cirugía estética y otras mutilaciones en nombre del embellecimiento. Siempre que estas formas de terrorismo tienen como resultado la muerte, se convierten en femicidios.

Finalmente, Diana Russell y Jill Radford mencionan la influencia de dos instituciones: los medios de comunicación y el poder judicial que, según ellas, fortalecen el sistema patriarcal y por lo tanto juegan un papel en la violencia contra las mujeres.

Marcela Lagarde y el concepto de feminicidio

Fue en 1993 que Marcela Lagarde utilizó el concepto establecido por Diana Russell y Jill Radford. En ese momento, fue llamada a arrojar luz sobre casos de asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, una ciudad en la frontera entre México y Estados Unidos que registró cifras récord de muertes de mujeres. Así, a partir de esta situación,  Marcela Lagarde propone pensar estos crímenes como delitos misóginos que denomina feminicidio. Aunque Marcela Lagarde parte del trasfondo teórico propuesto por las intelectuales estadounidenses, le parece más juicioso construir el término a partir del latín feminis para evitar cualquier paralelismo entre las palabras femicidio y homicidio. De hecho, esta simetría podría llevar a la reducción del concepto a un simple homicidio de mujer que dejaría de lado la perspectiva de género, punto fundamental del concepto.

Además, por su término feminicidio, Marcela Lagarde ofrece una crítica aún más fuerte que Diana Russell y Jill Radford de las instituciones. De hecho, hace de la impunidad una de las características fundamentales del feminicidio al denunciar la inacción de los Estados. Esta inacción se puede leer en la historia de México y más precisamente en este período de crímenes en Ciudad Juárez ya que fue entre 1993 y 2001 que se formó una movilización con el fin de señalar las disfunciones de las autoridades como la negligencia en las investigaciones, la lentitud administrativa y judicial o incluso el cuestionamiento de las costumbres de las víctimas. En 2001, una coalición de 300 asociaciones lanzó la campaña “Alto a la impunidad” para denunciar la indiferencia del gobierno. De esta forma, mientras retoma la idea de Diana Russell y Jill Radford sobre la influencia del poder judicial en la violencia contra las mujeres, Marcela Lagarde extiende la acusación a todas las instituciones y al propio Estado en estos términos :

« Para que se dé el feminicidio concurren, de manera criminal, el silencio, la omisión, la negligencia y la colusión parcial o total de autoridades encargadas de prevenir y erradicar estos crímenes. Su ceguera de género o sus prejuicios sexistas y misóginos sobre las mujeres. Hay condiciones para el feminicidio cuando el Estado (o algunas de sus instituciones) no da las suficientes garantías a las niñas y las mujeres y no crea condiciones de seguridad que garanticen sus vidas en la comunidad, en la casa, ni en los espacios de trabajo de tránsito o de esparcimiento. Más aún, cuando las autoridades no realizan con eficiencia sus funciones. Cuando el estado es parte estructural del problema por su signo patriarcal y por su preservación de dicho orden, el feminicidio es un crimen de Estado.» 

Es entonces a partir del caso de Ciudad Juárez que Marcela Lagarde propone una conceptualización de la violencia contra las mujeres en un contexto global, rompiendo con la dicotomía entre lo público y lo privado y destacando la violencia institucional. Utiliza este término de “violencia institucional” porque en todo el proceso de feminicidio, desde el crimen hasta la investigación y su juicio en los tribunales, hay una perspectiva misógina.

En definitiva, Marcela Lagarde se inspiró por Diana Russell y Jill Radford para conceptualizar el término feminicidio y agregó la idea de que los asesinatos de mujeres eran delitos de género, lo que se explica por la tolerancia social hacia la violencia contra las mujeres, y que el Estado contribuye a la impunidad de los crimenes porque no actúa para prevenirlos. Ella lo define en estos términos : “El feminicidio es el genocidio contra mujeres y sucede cuando las condiciones históricas generan prácticas sociales que permiten atentados violentos contra la integridad, la salud, las libertades y la vida de niñas y mujeres”. 

La diferencia entre femicidio y feminicidio

Aunque Montserrat Sagot y Marcela Lagarde coinciden en que tanto el término femicidio como feminicidio toman en cuenta la perspectiva de género, la necesidad de romper la dicotomía entre lo privado y lo público y que los femicidios / feminicidios son el resultado de un continuo de violencia; su mayor divergencia se encuentra en la característica principal de la definición de Marcela Lagarde, o sea la impunidad que resulta del Estado. Para la antropóloga mexicana, no hay duda de que existe un vínculo entre democracia y desarrollo social, por lo que cuanto menos estado de derecho hay, más hay violencia contra las mujeres. De esta forma, sería necesario una reforma de las instituciones públicas, de la cultura y el empoderamiento de la mujer para lograr prevenir el fenómeno del feminicidio.

Con todo, fue gracias al término femicide usado por los intelectuales estadounidenses que se levantó el velo sobre los crimenes contra las mujeres que tendían a ser calificados con términos neutrales como homicidio o asesinato. Mucho más que una simple transferencia de concepto, el femicidio y el feminicidio “son paradigmas alternativos que deconstruyen definiciones estereotipadas de la violencia contra la mujer y dan lugar a nuevas interpretaciones” mucho más precisas que las calificadas como neutrales como la violencia doméstica, la violencia contra la mujer o la violencia doméstica, familiar. Al defender estos términos, Marcela Lagarde y Montserrat Sagot revelan una lectura diferente de los delitos contra las mujeres al analizarlos desde una perspectiva de género y como resultado de la socialización de género y una lógica patriarcal dominante durante siglos en las sociedades. Al nombrar el fenómeno lo hacen existir.

Conclusión

Si bien el femicidio y el feminicidio tienden a confundirse, es el término feminicidio el que hoy se impuso en el lenguaje y permite leer los asesinatos de mujeres en su complejidad, es decir, como un delito de género, resultado de relaciones de poder y del patriarcado. El concepto sigue aún hoy siendo alimentado por diversos y diversas intelectuales. 

Asimismo, al comprometer la responsabilidad del Estado en su conceptualización del fenómeno, Marcela Lagarde hace del feminicidio una categoría política que “da un lenguaje al descontento”. Los estados latinoamericanos han podido, a lo largo de los años, generar mecanismos legislativos y judiciales para tratar de frenar el fenómeno pero parece que los resultados aún son demasiado insatisfactorios.

Uno de los factores que podría influir en los feminicidios es la recolección de datos. Debemos luchar contra la política de falta de datos que se impuso durante muchos años por la falta de rigor de las bases de datos que mantienen las instituciones. Es mediante la recopilación de información sobre el fenómeno que se podrán dar las respuestas adecuadas.

VERSIÓN EN FRANCÉS

La construction sociale du terme féminicide 

Introduction 

Lorsqu’une femme meurt, notamment en Amérique Latine, les explications sont vites trouvées, il s’agissait d’une prostituée, c’est l’acte d’une personne folle ou encore c’est la conséquence du narco-trafic. Malheureusement, ce type d’explication conduit à une invisibilisation d’un phénomène de grande ampleur. De fait, lors de l’analyse des assassinats, le sexe de la victime n’est pas pris en compte en tant que caractéristique principale sinon simplement en tant que classification de la victime en tant qu’homme ou femme. Néanmoins, au vu des chiffres alarmants de meurtres de femmes, certain.es intellectuel.les se sont penché.es sur le sujet et ont proposé des termes tels que féminicide pour visibiliser ce phénomène et tirer la sonnette d’alarme auprès des gouvernements. 

Bien que la première utilisation documentée du terme « fémicide », parfois complété par la syllabe « ni » comme nous le verrons au cours de notre réflexion, a été publiée dans le livre de John Corry en 1801 dans lequel il était question du meurtre d’une femme, ce n’est qu’en 1976 que le terme a été introduit publiquement par la sociologue américaine Diana Russell, au sein du Tribunal international des crimes contre les femmes, afin qu’il soit le mot définissant « le meurtre de femmes par des hommes motivés par la haine, le mépris, le plaisir ou le sentiment d’appropriation des femmes. » comme elle l’explica ce jour-là. C’est en 1992 qu’elle développe ce concept avec la criminologue Jill Radford dans leur ouvrage Femicide : Politics of Woman Killing. Si Diana Russell utilise pour la première fois ce terme de femicide c’est pour attirer l’attention sur la violence et la discrimination à l’égard des femmes. Elle devient dès lors une pionnière pour ce concept qui va inspirer nombres d’intellectuel.les parmi lesquelles Marcela Lagarde, une anthropologue mexicaine députée au sein du gouvernement mexicain entre 2003 et 2006, qui va développer le concept de féminicide afin de mettre en lumière les rapports de pouvoir de sexe qui se lisent dans les meurtres de femmes et qui étaient jusque lors occultés. Bien que le terme de féminicide se soit imposé au cours des années, il convient de souligner que le cadre théorique de Diana Russell a également nourri le concept de fémicide pensé par Montserrat Sagot.

Comme le souligne Marylène Lapalus, l’emploi de ces deux mots présente deux objectifs communs que sont « la volonté de faire émerger un contexte d’énonciation des violences contres les femmes radicalement différent de celui du discours dominant » et car « la définition et la promotion de nouvelles catégories demeure un enjeu fondamental dans la visibilisation de ces violences et donc dans la lutte pour leur éradication». 

Le femicide selon Diana Russell 

Pour comprendre la conceptualisation du terme féminicide par Marcela Lagarde, il nous faut revenir sur le modèle femicide développé par Diana Russell, complété par la pensée de Jill Radford et Jane Caputi, qui centre la réflexion sur la spécificité de la violence exercée contre les femmes. Le terme de femicide a été pensé dans l’objectif de qualifier des meurtres de femmes qui ne sont pas simplement des homicides de femmes sinon des crimes qui s’inscrivent dans le cadre de la domination masculine. En ce sens, le femicide se qualifie par cette violence exercée principalement par des hommes sur des femmes dans une volonté de contrôle. 

Pour définir ce concept de femicide, Diana Russel et Jill Radford reprennent de nombreux concepts de la réflexion féministe sur la violence masculine tels que le concept de crime sexuel, la reconnaissance de la violence dans l’espace privé et public ou encore l’idée d’un continuum de violence et le rôle joué par les institutions. Relativement à ce concept de crime sexuel, Diana Russel et Jill Radford Russell reprennent l’analogie formulée par Jane Caputi entre sexe et violence destinée à faire apparaître le caractère politique d’un crime sexuel. En outre, la perspective spatiale est un élément clé de la définition du femicide car, comme le rappellent Diana Russell et Jill Radford, il doit être dénoncé dans la sphère publique et privée, la maison étant l’un des lieux les plus dangereux pour les femmes. Par ailleurs, les intellectuelles américaines considèrent le femicide comme l’extrême d’un continuum de violence qui est alimenté par la violence comme instrument de contrôle mais également par les menaces, la peur et l’intimidation. Diana Russell et Jill Radford le définissent donc de cette façon : 

« Le femicide est à l’extrême limite d’un continuum anti-féminin de terreur qui comprend une large variété d’abus verbaux et physiques comme le viol, la torture, l’esclavage sexuel (en particulier dans la prostitution), les abus sexuels incestueux et extra-familiaux sur les mineurs, les atteintes physiques et émotionnelles, le harcèlement sexuel (par téléphone, dans la rue, au travail et dans les classes de cours), les mutilations génitales (clitoridectomies, excision, infibulations), les opérations gynécologiques inutiles (hystérectomie gratuite), l’hétérosexualité contrainte, la stérilisation contrainte, la maternité contrainte (par la criminalisation de la contraception et de l’avortement), la psychochirurgie, la privation de nourriture pour les femmes dans certaines cultures, la chirurgie esthétique, et d’autres mutilations au nom de l’embellissement. Chaque fois que ces formes de terrorisme aboutissent à la mort, elles deviennent des fémicides. »

Enfin, Diana Russell et Jill Radford mentionnent l’influence de deux institutions que sont les médias et la justice qui, d’après elles, renforcent le système patriarcal et jouent donc un rôle dans la violence contre les femmes.

Marcela Lagarde et le concept de féminicide 

C’est en 1993 que Marcela Lagarde utilise le concept établit par Diana Russell et Jill Radford. Elle est à cette époque sollicitée pour éclaircir les cas d’assassinats de femmes à Ciudad Juárez, une ville située à la frontière entre le Mexique et les États-Unis qui enregistre des chiffres records de morts de femmes. C’est donc à partir de cette situation que Marcela Lagarde propose de penser ces crimes comme des crimes misogynes qu’elle nomme alors féminicide. Même si elle part du bagage théorique proposé par les intellectuelles américaines, il lui semble plus judicieux de construire le terme à partir du latin feminis afin d’éviter tout parallèle entre les mots fémicide et homicide. De fait, cette symétrie pourrait conduire à la réduction du concept à un simple homicide de femme ce qui laisserait de côté la perspective de genre qui se trouve être le point fondamental du concept. 

Par ailleurs, par son terme féminicide, Marcela Lagarde propose une critique plus forte encore que Diana Russell et Jill Radford des institutions. En effet, elle fait de l’impunité une des caractéristiques fondamentales du féminicide en dénonçant l’inaction des États. Cette dernière se lit dans l’histoire du Mexique et plus précisément dans cette période de crimes à Ciudad Juárez puisque c’est entre 1993 et 2001 qu’une mobilisation se forme afin de pointer les dysfonctionnements des autorités tels que la négligence dans les enquêtes, la lenteur administrative et judiciaire ou bien encore la remise en cause des moeurs des victimes. En 2001, la campagne « Halte à l’impunité » est lancée par une coalition de 300 associations dans le but de dénoncer l’indifférence du gouvernement. De cette façon, tout en reprenant l’idée de Diana Russell et Jill Radford sur l’influence des instances judiciaires dans la violence contre les femmes, Marcela Lagarde étend l’accusation à toutes les institutions et à l’État lui-même en ces termes : 

« Pour qu’un féminicide ait lieu, doivent converger, de manière criminelle, le silence, l’omission, la négligence et la collusion partielle ou totale des autorités chargées de prévenir et d’éradiquer ces crimes. Leur cécité de genre ou leurs préjugés sexistes et misogynes sur les femmes. Les conditions du féminicide sont réunies quand l’État (ou certaines de ses institutions) ne donne pas les garanties suffisantes aux filles et aux femmes et ne crée pas des conditions de sécurité qui garantissent leurs vies dans la communauté, à la maison, dans les espaces de travail, de transit ou de détente. Et plus encore, quand les autorités ne remplissent pas efficacement leurs fonctions. Quand l’État est une partie structurelle du problème de par sa dimension patriarcale et de par son attachement à préserver cet ordre, le féminicide est un crime d’État.»

C’est donc à partir du cas de Ciudad Juárez que Marcela Lagarde propose une conceptualisation de la violence contre les femmes dans un contexte global tout en rompant avec la dichotomie entre public et privé et en mettant en avant la violence institutionnelle. Elle emploie ce terme de « violence institutionnelle » car dans tout le processus du féminicide, du crime en passant par l’enquête jusqu’à sa traduction devant les tribunaux, il y aurait une perspective misogyne. 

En définitive, Marcela Lagarde s’est inspiré de Diana Russell et Jill Radford pour conceptualiser le terme de féminicide tout en y ajoutant l’idée que les meurtres de femmes étaient des crimes de genre, qui s’expliquent par une tolérance sociale envers la violence contre les femmes, et que l’État contribue à l’impunité des crimes car il n’agit pas pour les empêcher. Elle le définit en ces termes : « Le féminicide est le génocide de femmes et il se produit quand les conditions historiques génèrent des pratiques sociales qui permettent des atteintes violentes à l’intégrité, la santé, les libertés et la vie des jeunes filles et des femmes.»

La différence entre fémicide et féminicide 

Si Montserrat Sagot et Marcela Lagarde s’accordent sur le fait que le fémicide et le féminicide impliquent une prise en compte de la perspective de genre, de la nécessité de rompre la dichotomie entre privé et public et que les fémicides/féminicides sont les résultats d’un continuum de violence, leur plus grande divergence se trouve dans la caractéristique bien précise qui occupe une place très importante dans la définition de Marcela Lagarde, il s’agit là de l’impunité qui découle de l’État. Pour l’anthropologue mexicaine, il n’y a pas de doute, il y a un lien entre la démocratie et le développement social c’est pourquoi « Moins il y a d’État de droit, plus il y a de violence envers les femmes.» et pourquoi il faudrait une réforme des institutions publiques, de la culture et un empowerment des femmes afin de parvenir à prévenir le phénomène de féminicide.

Somme toute, c’est grâce au terme femicide porté par les intellectuelles anglophones que le voile est levé sur les crimes contre les femmes qui avaient tendance à être qualifiés par des termes neutres comme homicide ou assassinat. Bien plus qu’un simple transfert de concept, fémicide et féminicide « sont des paradigmes alternatifs qui déconstruisent les définitions stéréotypées de la violence contre les femmes et font naître de nouvelles interprétations » bien plus précises que celles qualifiées de neutres comme la violence domestique, la violence conjugale ou encore la violence familiale. En prônant ces termes, Marcela Lagarde et Montserrat Sagot révèlent une grille de lecture différente des crimes contre les femmes en les analysant sous une perspective de genre et en tant que résultat d’une socialisation de genre et d’une logique patriarcale dominante depuis des siècles dans les sociétés. En nommant le phénomène, elles le font exister. 

Conclusion

Même si fémicide et féminicide tendent à se confondre, c’est bien le terme de féminicide qui s’impose aujourd’hui dans le langage et permet de lire les meurtres de femmes dans leur complexité, autrement dit, en tant que crime de genre, de résultat des relations de pouvoir et du patriarcat. Le concept continue encore aujourd’hui à être alimenté par des chercheuses. 

Aussi, en engageant la responsabilité de l’État dans sa conceptualisation du phénomène, Marcela Lagarde fait du féminicide une catégorie politique qui « donne un langage au mécontentement ». Les États latino-américains ont su, au cours des années, penser des dispositifs législatifs et judiciaires pour tenter d’endiguer le phénomène mais il semble que les résultats soient encore trop peu satisfaisants.

Un des facteurs qui pourraient influer sur la perpétration des féminicides est le recueil des données. Il faut lutter contre la politique de la donnée absente qui a primé pendant de nombreuses années du fait du manque de rigueur des bases de données tenues par les institutions. C’est en collectant des informations sur le phénomène que des réponses appropriées pourront être apportées. 

Bibliografía / Bibliographie

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