Una mirada cosmopolita para el proceso constituyente chileno

Por Constanza Núñez Donald

Publicado originalmente en Ibericonnect el 28/10/2020

El pasado 25 de octubre, en un histórico plebiscito, Chile decidió por una abrumadora mayoría ciudadana, dotarse de una nueva Constitución que reemplace a la heredada del régimen de Pinochet y que será gestada en una Convención Constitucional íntegramente elegida por la ciudadanía y de integración paritaria.

El plebiscito es el resultado de un largo proceso de movilización ciudadana que tuvo su punto más álgido a fines de 2019. Uno de los lemas más significativos del movimiento social ha estado vinculado con la idea de dignidad (“hasta que la dignidad se haga costumbre”). Aunque la dignidad es un concepto abstracto y con múltiples debates en torno a su significado y alcance, resulta ineludible su vínculo con los derechos fundamentales. La dignidad es el fundamento de los derechos y es el pilar sobre el cual pivota el objetivo de toda la organización política. El mensaje de la ciudadanía movilizada reivindica que la garantía de la dignidad debe ser el fin último sobre el cual se estructure nuestra organización política y ello tiene que ver, sobre todo, con el desarrollo de un sistema que permita el respeto, garantía y promoción de los derechos fundamentales. Hay un diagnóstico compartido de que el “abuso”, la “desigualdad”, y la “humillación” son las características que definen el trato recibido por los/as ciudadanos/as y ponen de manifiesto la existencia de desequilibrios en las relaciones de poder que favorecen la dominación de unos/as sobre otros/as, vulnerando, en definitiva, la idea de seres iguales. Lo que ponen de manifiesto las reivindicaciones ciudadanas es que no basta con el reconocimiento abstracto de la dignidad en la Constitución, se requiere desarrollar un sistema social, jurídico y político que ponga a los derechos fundamentales y su garantía (expresión concreta de la dignidad), en el centro en la elaboración de un nuevo pacto social entre los/as ciudadanos/as de Chile. 

Fuente: www.ibericonnect.blog

Esto nos permite conectar el contexto chileno con las movilizaciones de carácter transnacional que de las que hemos sido testigos en los últimos años. La idea de la existencia de un sistema económico y político que se basa en la dominación de unos/as por sobre otros/as, es transversal a los movimientos sociales transnacionales. Lo global de nuestros problemas se manifiesta en la existencia de un sistema común de opresión que permite la dominación bajo un mecanismo que combina dominación económica (globalización neoliberal), de género (patriarcado), de raza (neocolonialismo) y ecológica. En este sentido, los movimientos sociales transnacionales, están atravesados ineludiblemente por el grito universal de dignidad y por la exigencia de no dominación que puso en la mira del mundo al “octubre chileno”. Nace así, una conciencia global de vulnerabilidad compartida que desemboca en que las luchas de Chile sean también las luchas de todas. 

Pero el proceso constituyente chileno también tiene un interés global en la medida en que se inserta en un contexto particularmente desafiante para el constitucionalismo mundial. Por una parte, se desarrolla en un escenario de regresiones donde nuestros consensos más básicos en torno a la democracia, los derechos humanos y el Estado de Derecho están siendo cuestionados. Además, el constitucionalismo chileno puede aportar nuevas perspectivas para cuestiones que aun no han sido resueltas en el ámbito comparado, de hecho, ya lo ha realizado mediante la existencia de la “primera constituyente paritaria” en el constitucionalismo mundial. Una de las novedades que tiene este proceso constituyente, a diferencia de otros que se han desarrollado en América Latina y, en el mundo, es que se desarrolla en un momento histórico donde existen desafíos globales que como humanidad debemos enfrentar (como el cambio climático y los derechos de las generaciones futuras) y debates nuevos sobre los que el constitucionalismo comparado aun no ha desarrollado respuestas acabadas (como el feminismo y la migración internacional). ¿Cómo se puede responder, desde lo local, a estos desafíos globales? 

Esta pregunta pone de manifiesto que el próximo debate constitucional chileno es una experiencia única para reafirmar la centralidad de los valores del Estado de Derecho en un contexto de crisis, interpretándolos en contextos de interdependencia y, a la vez, para innovar en respuestas adecuadas a los desafíos contemporáneos.

Ambas perspectivas (surgimiento de una conciencia global de opresión compartida y los desafíos globales a la democracia), hacen que el proceso constituyente chileno tenga un interés cosmopolita, es decir, que sea de relevancia para la humanidad en su conjunto. Sus debates también son los nuestros y sus respuestas también impactarán las nuestras. Este diagnóstico de interdependencia y vulnerabilidad compartidas implica un desafío para el constituyente chileno y para la comunidad internacional, en la medida en que requieren que promovamos discursos donde se inste a los Estados y la comunidad internacional a buscar soluciones que se encuentran fuera de los marcos tradicionales del constitucionalismo, al exigir un diálogo entre lo local y lo global, aportando una visión de futuro transformadora para superar las estructuras globales de injusticia. Estos desafíos ponen de relieve que la legitimidad de la Constitución chilena estará dada no solo por el proceso deliberativo del que surja la nueva Constitución, sino también por su capacidad de insertarse en la gran esfera jurídico mundial, debiendo asumir necesariamente una visión de soberanía relacional.

El proceso constituyente chileno debe ser leído con esperanza, aunque no con ingenuidad. Los problemas no acabarán con una nueva Constitución democrática y también existe el riesgo de que la deliberación ciudadana sufra los vaivenes del miedo en contextos de incertidumbre. Sin embargo, se abre un camino al que debemos estar atentas. Frente al derrotismo de los “realistas” y a los nostálgicos del “neosoberanismo”, esta es una oportunidad para pensar en términos de “posibilismo”, para imaginar alternativas institucionales a lo ya teorizado por el constitucionalismo para Chile y para el mundo y eso, sin duda, es esperanzador.

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